El viaje es un elemento característico de la experiencia de vida y fe de santo Domingo. Proponemos un itinerario que, siguiendo la ruta de la antigua Vía Francígena de Roma a Bolonia, sigue los pasos dados por Santo Domingo durante su último viaje.
Es una invitación a descubrirse a sí mismo como un viajero, un peregrino, un errante, necesitado de poner sus propios pasos en el movimiento que habita nuestro interior, de darle carne o simplemente asumirlo, tomando conciencia de ello. Se trata de descubrir que uno ya está en un viaje y que éste – el propio viaje – pide ser acompañado por la mente y el corazón. Como lo hizo Domingo cuando caminó por media Europa.
Les invitamos a emprender este peregrinaje virtualmente, siguiendo las etapas propuestas a continuación, pero también a emprender realmente su viaje cuando la situación sanitaria lo permita.
Toda la información logística, sobre la distancia del viaje entre una etapa y otra, pero también sobre la historia, el arte y la espiritualidad dominicana vinculada a estos lugares está disponible en la aplicación “SloWays“, que puede descargarse gratuitamente
Para obtener más información sobre la organización del viaje, se puede consultar el sitio web de SloWays, organismo especializado en turismo sostenible y asociado técnico de la iniciativa.
Socio técnico
“Il Cammino di san Domenico” adhiere al “Manifesto dell’Alleanza per la Mobilità Dolce”
Domingo nació en el pequeño pueblo español de Caleruega (Burgos), alrededor del 1170 y, después de completar sus estudios teológicos en Palencia, entró en el capítulo de la catedral de Osma, donde fue ordenado sacerdote. Aquí, fue elegido por el obispo de la ciudad para acompañarlo en una misión diplomática al norte de Europa y, durante el viaje, conoció la numerosa presencia de la herejía cátara en el Languedoc, siendo su creencia una falsificación del Evangelio, Domingo buscó una nueva forma de hacerlos regresar a la verdad. Como un verdadero hombre evangélico, proclamó la fe de la Iglesia llevando una vida de pobreza como ellos, centrándose en el diálogo y la credibilidad de los predicadores. En Toulouse fundó una comunidad basada sobre los principios de su predicación, que proclamaba el Evangelio, viviendo en pobreza evangélica. El 22 de diciembre del 1216, el Papa Honorio III aprobó la Bula de la Constitución de la Orden de Predicadores. En sus constantes viajes, Domingo difundió su forma de predicar, fomentando la fundación de comunidades en importantes centros universitarios de la época, como París y Bolonia.
Alrededor del 1219, Domingo se estableció en Roma, donde se dedicó a la fundación de un monasterio de monjas y completó el proceso de fundación de la Orden. Su último viaje lo llevó a Bolonia en el 1221, donde murió el 6 de agosto del mismo año. Domingo fue un hombre de oración y de predicación. Sacó su fuerza de la contemplación de la verdad de Dios y transmitió su fe a los demás. Sus contemporáneos decían de él: “Siempre hablaba con Dios o de Dios”.
El itinerario propuesto enumera los lugares de Roma que están vinculados, según las fuentes, a una presencia de Santo Domingo durante los seis viajes que hizo a Roma. Se detuvo en Roma por diferentes razones y también por largos períodos, pero, aparte de los dos conventos donde vivió después de la fundación de la Orden, o sea San Sixto y Santa Sabina, hay poca información sobre los lugares que frecuentó en Roma. Ciertamente se había detenido en el Laterano y había visitado las basílicas de San Juan y San Pedro. Probablemente conoció los monasterios femeninos de Roma porque estaba a cargo de su reforma, aunque las fuentes no lo digan explícitamente. Los textos que ilustran este itinerario, narraciones de sus contemporáneos o de aquellos que dejaron su testimonio de los primeros años de la Orden, pretenden ser el motivo para poder vincular algunos momentos de la vida de Santo Domingo con los lugares que aún son visibles y con aquellos que han sido destruidos o modificados hasta ser irreconocibles.
Además de un primer viaje que Domingo había hecho a Roma alrededor de 1205 o 1206, vino a la Ciudad Eterna por segunda vez en 1215.
Después de conocer a los cátaros durante su viaje con Diego de Acebes al norte de Europa, Domingo se estableció en el Condado de Tolosa, predicando especialmente a los cátaros a los que se sentía llamado de forma particular. Los frailes que lo conocieron coinciden en que realmente sufrió al ver a tanta gente alejada de la verdad del Evangelio. Estaba lleno de compasión por aquellos que seguían este camino equivocado – por lo que el santo se conmovió hasta las lágrimas – y que también los alejaría de la salvación eterna. Durante los años que pasó en el Languedoc fundó un monasterio para mujeres cátaras arrepentidas en Prulla y también una comunidad de predicadores en Toulouse. Pero esta comunidad no podía seguir siendo un pequeño grupo aprobado sólo en el nivel episcopal. Domingo tenía la visión de una obra más grande, una verdadera Orden de Predicadores, que pudiera proclamar la Palabra de Dios en cada ciudad, en cada diócesis y en cada país. En 1215 tuvo la oportunidad de volver a Roma acompañando a su obispo Fulco para asistir al Concilio IV de Letrán. Así tuvo la oportunidad de presentar su proyecto al Papa Inocencio III.
San Juan de Letrán
El Laterano se convirtió para Domingo en el lugar más importante de las dos estancias en Roma que están relacionadas con la confirmación de la Orden. El Papa residía aquí, los Padres del Concilio se reunían aquí y aquí se encontraría con uno de sus más importantes partidarios y amigos en la Curia Romana, el Obispo de Ostia, el Cardenal Ugolino, futuro Papa Gregorio IX. En el Laterano fue recibido por el Papa Inocencio III a quien presentó el propósito de la nueva Orden. Pero desafortunadamente la audiencia no tuvo el resultado inmediato que él esperaba. Jordán de Sajonia, su sucesor al frente de la Orden, escribió:
“Fray Domingo acompañó al obispo Fulco al Concilio con el propósito de exponer al papa Inocencio el común deseo de que confirmara la orden de Fray Domingo y sus compañeros, que debía llamarse y ser de Predicadores (…) El Romano Pontífice escuchó la súplica que le hicieron y animó a Fray Domingo a que volviera con sus frailes y tuviera con ellos una cumplida deliberación, eligiendo con el consenso unánime de todos ellos alguna de las Reglas ya aprobadas. Después el obispo les asignaría una Iglesia y, cumplidos estos requisitos, volvería al Papa para recibir la confirmación de todo”[1].
Por un lado, el Concilio Lateranense IV se había declarado claramente en contra de las enseñanzas de los cátaros y albigenses y había confirmado que “si alguno, después de recibido el bautismo, hubiera caído en pecado, siempre puede repararse con una verdadera penitencia”[2]. El Concilio había incluso reconocido que “entre otras cosas que se refieren a la salvación del pueblo cristiano se reconoce que le es máximamente necesario el sustento de la Palabra de Dios”[3] y que por esta razón “los obispos asuman varones idóneos para cumplir provechosamente con el oficio de la santa predicación“[4]. Al presentar su Orden, Domingo había propuesto precisamente esto, sólo que no pensaba en la predicación como una actividad en la que los frailes se ocuparan de vez en cuando, sino una a la que dedicaran toda su vida. Por otra parte, el propio Concilio había prohibido “la desmedida diversidad de religiones (…) que nadie en lo sucesivo cree una nueva religión, sino el que quiera convertirse a la religión asuma una de las aprobadas“[5].
El relato de Jordán de Sajonia, el libellus o memorial sobre los comienzos de la Orden escrito alrededor del 1233, resume de manera genérica lo que había sucedido en Roma. Tal vez también podemos ver entre líneas un indicio del escepticismo del Papa que pospuso la aprobación de la Orden a una próxima reunión, basada en los cánones del Concilio sobre las nuevas fundaciones de comunidades religiosas. Constantino de Orvieto, que compiló una de las primeras leyendas de Santo Domingo en el año 1246, dice que el Papa se convenció sólo después de haber soñado
“que la iglesia de Letrán como si se agrietara por sus junturas. Amenazaba de repente grave ruina. Al contemplar esto con temor y aflicción, veía como, por el lado contrario, el hombre de Dios Domingo salía al paso y, con sus hombros apoyados, sustentaba toda la fábrica del edificio que estaba a punto de caer“[6].
Así las cosas, Domingo regresó a Toulouse a finales del 1215 o principios del 1216, consultó con los frailes, y juntos eligieron, como testifica Jordán, “sin ninguna duda la Regla de San Agustín, egregio predicador”[7]. La afirmación de atribuir la elección de la Regla a la importancia que tuvo San Agustín como predicador no deja lugar a duda de que desde el primer momento de la existencia de la Orden se destacó su finalidad. Domingo y sus frailes no querían ser religiosos como tantos otros, sino predicadores, hombres evangélicos que vivían la Palabra de Dios como un elemento esencial de sus vidas.
Después de su estancia en el Languedoc Domingo se puso en camino una vez más hacia Roma. El 16 de julio del 1216 Inocencio III había muerto, pero el cónclave había elegido sólo dos días después a su sucesor, el cardenal Cencio[8], que tomó el nombre de Honorio III. El nuevo Papa siguió la línea de su predecesor y cuando Domingo lo visitó “consiguió la confirmación de la Orden y lo demás que quería obtener. Lo alcanzó plenamente y en todo”[9]. El Papa aprobó la Orden, pero parece que la memoria de Jordán se había vuelto un poco borrosa porque el Papa no lo hizo completamente de acuerdo con los deseos de la idea de Domingo. En la Bula Religiosam vitam del 22 de diciembre del 1216 faltaba un elemento esencial: el nombre de la nueva Orden que también implicaba su propósito. Sólo en una segunda bula, Gratiarum omnium largitori, del 21 de enero de 1217, el papa llamaría a Domingo y a sus frailes explícitamente predicadores[10].
Por regla general, las audiencias se celebraron en el así llamado patriarchio, es decir, en la residencia de los papas. En la época de Domingo el edificio se extendía sobre casi toda la zona alrededor de la basílica laterana. Cuando se construyó el actual Palacio de Letrán, de 1585 a 1589, el arquitecto Domenico Fontana hizo demoler la mayoría de los edificios preexistentes, como la Cámara del Consejo y la Logia de las Bendiciones. En la Edad Media un pórtico conectaba esa sala con los otros edificios del patriarchio como el Triclinio Leoniano del que sólo se ha conservado el mosaico, ya no in situ sino transportado a un nicho erigido a propósito. El único segmento que aún existe in situ es el Sancta Sanctorum, la antigua capilla privada de los papas, ahora encerrada en el edificio de la Scala Santa. El Sancta Sanctorum debe su nombre al rico tesoro de reliquias y al icono de Cristo considerado “acheropita”, no pintado por la mano humana, que se conserva aquì.
Según la tradición, la Scala Santa fue transportada por la emperatriz Elena, madre de Costantino, desde la Fortaleza Antoniana de Jerusalén a Roma, junto con la partícula de la cruz y las demás reliquias que recordaban la muerte salvadora de Jesucristo y que hoy están expuestas en la iglesia de Santa Cruz de Jerusalén muy cerca de Letrán.
Se puede visitar el Santuario de la Scala Santa y subir la Scala Santa misma o tomar una de las escaleras laterales que llevan a la capilla del Sancta Sanctorum.
Se desconoce el lugar donde vivió Domingo durante su segunda y tercera estancia en Roma, pero el testimonio de Fra Guillermo di Monferrato dice que “en aquellos días (habla del 1215, n.d.a.) Fra Domingo vivía en la Curia Romana”[11]; un hecho probable ya que había venido, tanto en el 1215 como en el 1216 junto con su obispo. El propio Fra Guillermo testifica en el proceso de canonización que Domingo en Roma frecuentaba la casa de Ugolino, porque Domingo “a menudo venía a visitar al mencionado obispo de Ostia”[12]. Un testimonio que parece ser confirmado por Tomás de Celano, que sitúa el encuentro entre Domingo y Francisco en la casa de Ugolino en Roma [13] y que, sin embargo, ya no puede ser localizada.
Cuando Domingo fue a la Basílica de San Juan para rezar en el omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput (madre y cabeza de todas las iglesias de la urbe y del orbe) todavía la vio en su majestuosa simplicidad, típica del período de la antigüedad tardía y sin los añadidos barrocos y la transformación del interior por Francesco Borromini. Una representación en S. Martino ai Monti muestra la basílica antes de la intervención de Borromini, dando una impresión de la iglesia que Domingo vio durante sus estancias en Roma. Por desgracia, la basílica no tiene signos palpables de las visitas de Santo Domingo, pero en la segunda capilla de la nave sur hay un retablo de Giovanni Odazzi e Ignaz Stern que representa la Asunción de María con los santos Domingo y Felipe Neri. Además, bajo el retablo se puede ver el resto de un fresco que representa la Dormitio Mariae que, antes de ser desmontada y colocada aquí, estaba en la sala del Consejo.
En la capilla del Crucifijo, a la derecha de la entrada norte, está la tumba de Inocencio III, el primer papa que Domingo conoció en Roma. En primer lugar, queda el recuerdo de que en esta basílica Domingo experimentó la universalidad de la Iglesia por lo que se sentía llamado a enviar su Orden para iluminar el mundo con la luz del Evangelio.
Reflexión
La imagen del santo, que con su fundación sostiene a la Iglesia como un pilar de este edificio, es también conocida en la tradición franciscana y habla de la importancia de las fundaciones de las órdenes mendicantes que promovieron un nuevo modelo de vida religiosa presentándose como una alternativa a una Iglesia que corría el peligro de perderse en su propia opulencia. Muchos obispos habían olvidado su responsabilidad de guiar y proteger las almas que les habían sido confiadas. Vivían como señores, descuidaban la formación del clero y más aún la vida espiritual y las necesidades de los simples fieles. Por esta razón, los grupos heréticos, como los cátaros, no tuvieron grandes dificultades para encontrar seguidores entre la gente sencilla, entre aquellas personas que se sentían atraídas por una verdadera vida evangélica, pero que ya no la encontraban en una Iglesia cuyos representantes estaban más interesados en sus posesiones que en la salvación de las almas.
Para Domingo una vida fuera de la comunión con la Iglesia era impensable. También porque se dio cuenta de que la enseñanza de los cátaros, un dualismo extremo que despreciaba el cuerpo tanto como exaltaba la pobreza, estaba lejos del mensaje del Evangelio. Vivir pobre, voluntariamente pobre, era para él una forma de seguir a Jesucristo, no un medio ascético de liberarse de la carga del cuerpo. Asumió elementos de su forma de vida para predicar la Palabra de Dios de manera creíble. Como San Pablo, “se hizo todo para todos, para salvar a alguien a toda costa”[14]. En su acercamiento a la predicación, en la compasión que tuvo por los que vivían en el error, en su mirada clara para ver incluso los fallos de la Iglesia, en su empeño por confiar en el poder de la Palabra, no sólo en la de Dios sino también en la de los hombres y, finalmente, en su abandono absoluto a Dios, encontramos los fundamentos de su espiritualidad que formarán su Orden.
Según una tradición vigente en la Orden de Predicadores, fue precisamente la experiencia de una larga noche en Toulouse, en la que discutió con el hospedero, que era hereje. “No pudiendo resistir el hereje la sabiduría y espíritu con el que hablaba lo condujo a la fe con la ayuda del Espíritu Santo”[15]. Domingo estaba convencido de la verdad del Evangelio – pero estaba igualmente convencido de que la verdad se revela en la contemplación de la palabra, en la escucha y el diálogo, en la búsqueda de la verdad, que no es un libro de comportamiento correcto, sino una persona, encarnada en Jesucristo, camino, verdad y vida. Esta fue la verdad que Domingo proclamó. Su misión era la de los apóstoles que el Señor había enviado, ordenándoles: “Predicad, diciendo que el reino de los cielos está cerca”[16]. Sus contemporáneos coinciden en que él continuamente contemplaba y estudiaba la Palabra de Dios y “exhortaba a los frailes de la Orden a estudiar continuamente el Nuevo y el Antiguo Testamento”[17]. Un signo de la importancia que Domingo dio a la Sagrada Escritura es también el hecho de que él, que renunció a toda propiedad, “llevaba siempre consigo el Evangelio de Mateo y las Epístolas de Pablo y las estudió tanto que las conocía casi de memoria”[18].
Parece una banalidad decir que el propio predicador tenga que poner en práctica la palabra predicada, pero desafortunadamente es una verdad que muchos predicadores han olvidado. La Iglesia como la soñó Inocencio III, según la leyenda, “mostraba una imagen ruinosa[19]” – y es obvio que la imagen del edificio de San Juan de Letrán era sólo un símbolo para la Iglesia, una comunidad universal de fieles. La unidad entre la palabra y su predicación se había roto. Era necesario volver a la profunda verdad del Evangelio, seguir de verdad a Jesucristo, volver a lo esencial que la Sagrada Escritura atestiguaba. Este fue el camino de Santo Domingo: caminar tras los pasos del Señor, como los apóstoles, para ser el apoyo de la Iglesia y renovarla.
Un episodio, anotado por Constantino de Orvieto, retoma el tema de la espiritualidad apostólica-evangélica y lo vincula a la misión universal de la Orden de la visita de Domingo a la Basílica de San Pedro y la visión de los apóstoles Pedro y Pablo.
La imponente basílica que el emperador Constantino había construido alrededor del año 318 era el destino de todos los peregrinos que venían a Roma a rezar ante la tumba del apóstol. También por esta razón es más que probable que Domingo fuera al Vaticano a pedir la intercesión del apóstol para su fundación. Esto es precisamente lo que Constantino nos dice:
“Hallándose en Roma el hombre de Dios, Domingo, en la basílica de San Pedro, y en presencia de Dios se entregaba a la oración en favor de la custodia y dilatación de la orden, que por su medio propagaba el divino poder. Colocada la mano de Dios sobre él, contempló en una visión imaginaria que se le acercaban de pronto los gloriosos príncipes de los Apóstoles Pedro y Pablo. Le parecía que el primero, es decir Pedro, le entregaba un bastón, Pablo, empero, un libro, y completaban el gesto diciendo: “Ve, predica, porque has sido elegido por Dios para este ministerio. En seguida, en el mismo instante, le parecía contemplar a sus hijos diseminados por todo el mundo, marchando de dos en dos (Lc 10,1) y predicando la Palabra de Dios a las gentes”[20].
Constantino pretende que no quede ninguna duda: después de contar con la aprobación de la Orden por parte de Honorio III, habla de la visita de Domingo a San Pedro, de tal manera, que a la aprobación del Papa le siguiera la de los apóstoles. Domingo mismo está llamado a seguir el camino de los apóstoles, a ponerse en marcha como predicador itinerante, lo que se recuerda en la entrega del cayado, una herramienta útil y necesaria para todo peregrino. Está llamado a proclamar la Palabra de Dios, que se recuerda en la entrega del libro, el símbolo de la Sagrada Escritura. La misión de Santo Domingo y su Orden es una misión divina y universal. En el “Ve y predica” que los apóstoles dirigen a Domingo, resuena el mandato divino a los profetas y discípulos de Jesús. Como ellos, los Frailes Predicadores predican esparcidos entre la gente en medio del mundo.
Como en San Juan de Letrán, ni siquiera en San Pedro se ha conservado un recuerdo “material” de la presencia de Santo Domingo. Sólo otra representación en S. Martino ai Monti puede darnos la impresión de la basílica del Vaticano antes de su destrucción. Uno puede imaginar que Domingo, como muchos otros peregrinos, veneraba la tumba del apóstol, a la que se podía acceder por dos escaleras que conducían a una cripta semicircular que correspondía aproximadamente a la actual confessio, que hoy en día permite a los peregrinos rezar en la tumba de San Pedro.
En el coro, a la derecha del relicario monumental de la Cattedra Petri, se encuentra la escultura de mármol de Santo Domingo, obra de Pierre Legros (1706). Parece que él y San Francisco, cuya estatua está en el lado opuesto, están sentados juntos en la silla del apóstol para recordarnos que una Iglesia que quiere ser creíble debe vivir el Evangelio en la pobreza y predicarlo en la verdad.
Domingo dejó Roma en marzo de 1217 para regresar al Languedoc. Después de pasar unos meses en Toulouse y sus alrededores, volvió a Roma, donde llegó en las primeras semanas del 1218. Una vez más se reunió con el Papa para pedirle apoyo espiritual e institucional para consolidar la joven comunidad, después de haber enviado a los frailes a París y a España. El 11 de febrero de 1218, Honorio III entrega una nueva bula en la que recomienda a los frailes de la Orden de Predicadores (fratres ordinis praedicatorum) a los obispos y les pide que los acojan en sus diócesis. Esta bula lleva por primera vez el nombre de la Orden deseado por su fundador.
Domingo permaneció en Roma durante unos meses y predicó en la Cuaresma de 1218 en varias iglesias de la ciudad. Durante esta estancia también conoció a Reginaldo de Orleans que se convertiría en uno de los primeros frailes de Bolonia, ciudad a la que Domingo ya había enviado dos frailes desde Roma después de que vinieran de España para reunirse con él en la Ciudad Eterna. En mayo de 1218 se puso en camino hacia Bolonia para dedicarse a la nueva fundación del convento y para instar a los frailes a predicar entre los estudiantes de la universidad más antigua de Occidente.
Después de pasar un tiempo en Bolonia, Domingo volvió a emprender un largo viaje que lo llevó primero a España y luego a París. Solo en el otoño del 1219 regresó a Roma para reunirse con el Papa Honorio III, que estaba en Viterbo en ese momento. De hecho, quería presentar al Papa el progreso de la Orden y hablarle de las dificultades que los frailes encontraban a pesar de las recomendaciones papales. Durante estas reuniones el Papa confió a Domingo otro proyecto muy querido por él, la reforma de los monasterios femeninos de Roma.
Inocencio III ya había planeado una reforma de la vida monástica en Roma y quería reunir a las monjas de Roma en un solo monasterio. Los monasterios existentes, no más de siete para un número total de quizás ochenta monjas, eran en gran parte administrados por las familias de las monjas. La vida de las monjas carecía tanto de la estructura de la vida regular como de una base espiritual. Honorio III había asumido el proyecto y quería que Domingo reuniera a las monjas de los diferentes conventos en un nuevo monasterio dándoles no sólo una nueva regla sino una nueva perspectiva espiritual para vivir su vocación contemplativa. Por esta razón, el 17 de diciembre del 1219, Honorio III dio a Santo Domingo la iglesia y el monasterio de San Sixto, que más tarde se convirtió en la primera residencia de los frailes predicadores en Roma. Sin embargo, en abril de 1220, Domingo tuvo que partir a Bolonia para el Capítulo General de la Orden y se quedó en el norte de Italia hasta el final del año.
Domingo regresó a Roma en diciembre del 1220 y se estableció en S. Sisto para completar la reforma de los monasterios. Una vez terminadas las obras y ya las monjas establecidas en febrero del 1221, los frailes se trasladaron a S. Sabina en el Aventino.
San Sisto
Hasta el día de hoy, el convento de San Sixto conserva recuerdos de la presencia de Santo Domingo que vino a vivir aquí con sus frailes durante más de un año, el tiempo que se tardó en terminar las obras del nuevo monasterio para que pudiera albergar una comunidad de monjas. Estamos bien informados de la presencia de Domingo en San Sixto, especialmente por los recuerdos de la Hermana Cecilia de Roma[21], que fue una de las primeras monjas del nuevo monasterio.
La actual iglesia de San Sixto aún conserva gran parte de su estructura medieval, que a su vez fue una transformación de la antigua basílica tardía, el titulus Crescentiana, cuya fundación se remonta al pontificado del Papa Anastasio I (399-401). Fue el Papa Inocencio III quien hizo transformar la antigua estructura reduciendo sus dimensiones y levantando el suelo para adaptarlo al nivel de la calle. En ese momento también se remonta a la construcción del monasterio, que se completó cuando Domingo vino a vivir allí. En el convento son todavía visibles partes del claustro, la sala capitular y el refectorio.
El refectorio
Sería aquí mismo, en el refectorio de San Sixto, donde tendría lugar el “milagro de los panes”, es decir, la provisión de los panes para alimentar a los frailes gracias a la divina providencia. Según otra tradición, el milagro de los panes se recuerda también en el refectorio del primer convento de Bolonia, S. Maria della Mascarella[22]. La Hermana Cecilia, que no estaba presente en esa ocasión, cuenta una historia verdaderamente maravillosa y, considerando las otras fuentes, un poco exagerada. El núcleo de todas estas historias, sin embargo, es siempre el mismo: los frailes que habían sido enviados a pedir limosna no habían logrado reunir suficiente pan y otros alimentos para la cena de la comunidad. Cuando regresaron se lo dijeron a Domingo que les aseguró que el Señor los cuidaría e invitó a los frailes a ir al refectorio. Y aquí, dice la hermana Cecilia,
“Entonces bendijo el santo Padre la mesa, y sentados los frailes comenzó a hacer la lectura del refectorio fray Enrique Romano. Santo Domingo, sin embargo, juntando las manos comenzó a orar sobre la mesa. Y he aquí que, en conformidad con la promesa que le fue hecha por el Espíritu Santo acerca de la providencia divina, aparecieron de repente dos jóvenes hermosísimos, que venían cargados con dos manteles muy blancos llenos de pan, en la parte que colgaba hacia adelante y en la posterior. Y comenzando por los inferiores, uno en el coro derecho y otro en el izquierdo, pusieron a cada uno de los frailes un pan integro de admirable hermosura. Llegando, pues, a santo Domingo y poniéndole igualmente un pan integro, hicieron una inclinación de cabeza y desaparecieron de repente. Hasta el día de hoy se ignora hacia dónde se marcharon o de dónde vinieron”[23].
La sala capitular
En la sala capitular, tres de los frescos del pintor dominico Jacinto Besson (1852-1854) recuerdan los milagros de Domingo relacionados con el monasterio, especialmente las resurrecciones que se le atribuyen y que relata Sor Cecilia. El primer milagro reportado por ella, Cómo el Beato Domingo resucitó al hijo de una viuda, señala que Domingo solía predicar en las iglesias romanas, lo que también ocurrió en la Cuaresma de 1221. El milagro comenzó en la iglesia de San Marcos, cerca del Capitolio. Una noble señora romana
“dejando a su hijo así enfermo, fue a la iglesia deseosa de escuchar la Palabra de Dios de sus labios. Terminada la predicación, cuando regreso a casa, encontró a su hijo muerto. Presa de gran dolor, pero sufriéndolo en silencio, y con la confianza puesta en el poder de Dios y en los méritos de santo Domingo, se llegó a él, acompañada de sus criadas y llevando su hijo difunto. Santo Domingo habitaba por entonces con sus frailes junto a la iglesia de San Sixto. Como se estaba preparando aquella casa para recibir a las hermanas, entraban también con los obreros otras personas. Entrando, pues, ella encontró a santo Domingo a la puerta del capítulo como si esperara algo. Apenas lo vio, coloco al hijo a sus pies, y postrada le rogaba con lágrimas que se lo devolviera a la vida. Entonces santo Domingo, compadecido por aquel profundo dolor, se separó un poco de ella e hizo una breve oración. Tras la plegaria se levantó, y acercándose al niño hizo sobre él la señal de la cruz. Después lo tomó de la mano y lo levantó vivo. Se lo entregó a su madre, sano y salvo, mandándole que no lo dijera a nadie“[24].
Bien documentada por las fuentes hagiográficas es también la resurrección del sobrino del Cardenal Stefano di Fossanova, Napoleón. El informe más antiguo se encuentra en el libellus de Jordán de Sajonia que, al no estar presente, lo había recibido del fraile Tancredi:
“Encontrándose en cierta ocasión en Roma, un adolescente consanguíneo del señor cardenal Esteban de Fossanova, montando a caballo lo lanzo imprudentemente en loca carrera. Tuvo una gravísima caída y lo transportaban entre lágrimas. Pensaban que estaba moribundo, o quizá ya muerto, al verlo sin alguna señal de vida. Creciendo en torno al difunto la aflicción, se presentó allí el Maestro Domingo, y con él fray Tancredo, hombre bueno y fogoso, que fue por algún tiempo prior en Roma, de quien recogí este relato. Él le dijo: – “¿Por qué te mantienes en un segundo plano? ¿Por qué no intercedes ante el Señor? ¿Dónde la confianza de tu corazón en Dios?”. Conmovido, pues, por la exhortación del hermano y vencido por su ardiente amor compasivo hacia el joven, que habían transportado de manera oculta a un lugar cerrado, lo devolvió a la vida en virtud de sus preces y lo sacó fuera incólume a la vista de todos“[25].
La resurrección de un maestro artesano sólo es narrada por Constantino de Orvieto[26] y fue representada por Besson en la sala capitular debido al estrecho vínculo con el convento de San Sixto. Los tres frescos restantes representan la aparición de los apóstoles Pedro y Pablo a Domingo, su encuentro con Francisco y la entrega de la corona del rosario. La hermana Cecilia también habla de otros milagros como las curaciones y pruebas superadas por Domingo que tuvieron lugar en San Sixto o en otros lugares de Roma.
San Marco
Marco está vinculado no sólo a la resurrección del hijo de la viuda, sino también a la predicación de Santo Domingo. A pesar de los cambios debidos a la integración de la iglesia en el Palacio Venecia, se conserva casi intacto el mosaico del ábside que data del siglo IX y es el mismo que Domingo vio cuando vino a predicar. Un fresco en una de las capillas de la nave derecha recuerda el milagro que ocurrió en S. Sixto.
Puerta Asinaria / Oratorio de Santa Margarita de Antioquía
Situado en la cuarta torre, desde San Juan de Letrán hasta Santa Cruz de Jerusalén, el Oratorio de Santa Margarita, se remonta a la edad media, cuando se adaptaron algunos espacios de las murallas de la ciudad, construidas en tiempo del emperador Aureliano, como aposentos de reclusas, significando la defensa también espiritual de la ciudad. Al parecer, esta torre servía también de celda a una /monja/reclusa, la Hermana Bona, que fue curada por S. Domingo de una grave enfermedad en sus pechos.
“Había en Roma una reclusa llamada sor Bona de gran santidad y piedad. Vivía en una torre junto a la puerta Lateranense y le servía otra mujer de nombre Jacobina. Santo Domingo la tenía en gran estima por su vida santa, la visitaba con frecuencia, la oía en confesión y la llevaba muchas veces la comunión”[27].
Santa Anastasia
Detrás de la iglesia, en los alrededores del Circo Máximo, estaba la celda de otra /monja/reclusa, la hermana Lucía. Probablemente sufrió una grave infección en el brazo y fue curada por Santo Domingo después de haber visto el brazo y bendiciéndola.[28] Una calle adyacente a la iglesia, pero sólo parcialmente disponible hoy en día, conducía desde allí a San Sixto y “el Beato Domingo, en su camino a San Sixto, pasaba frecuentemente por allí”[29].
Reflexión
Al estudiar la personalidad de Domingo sus contemporáneos, o los que escribieron sobre él unos años después de su muerte, eligieron diferentes enfoques. Jordán de Sajonia, en el libellus, intenta trazar los grandes rasgos de la fundación de la Orden mostrando el significado de Domingo para su fundación y sus virtudes en vista del proceso de canonización. Lo mismo ocurre con los testigos del proceso que destacan su profunda religiosidad, su vida de oración y la empatía con la que se dirigía a todo el mundo. La Hermana Cecilia[30] narra los milagros. Sin embargo, quienes se acercan a sus relatos, investigándolas sólo desde un punto de vista histórico-científico, no se dan cuenta del significado más profundo de estos milagros. Al relatar los milagros, la Hermana Cecilia muestra la vida de un hombre cuya santidad conoció y sintió su extraordinaria cercanía a Jesucristo, quien con su fe y oración devolvió a la vida incluso a los muertos.
El objetivo de la Orden que fue fundada para la predicación y la salvación de las almas se advierte en la vida de su fundador, cuyas palabras y acciones llevan realmente esta salvación a las personas. El milagro quiere despertar el asombro y la maravilla para atraer la atención de los lectores, quiere hacer en cierto modo “visible” lo que por su naturaleza pertenece a la esfera de lo trascendente.
Sobre la base de esta reflexión, sería deseable que el milagro llevara a preguntarse cómo aquellos que lo admiran puedan también ellos hacer milagros. Seguir a Cristo no consiste en realizar acciones sobrenaturales como resultado de sus milagros, sino en cumplir su palabra llevando la salvación y la vida a todos los hombres que la necesiten. El milagro se realiza cuando un enfermo es asistido, cuando se siente comprendido. El milagro se produce cuando un hombre se da cuenta de que tiene un amigo a su lado que comparte sus ansiedades y preocupaciones y encuentra palabras que lo animan. Es la fe la que nos hace ver los milagros de la vida y nos impulsa a realizarlos a su vez.
Santa María en Tempulo
Durante su última estancia en Roma, Domingo se ocupó principalmente de la reforma de los monasterios romanos que le habían sido confiados un año antes. Visitó los monasterios romanos e intentó convencer a las monjas a fundar una nueva comunidad. Uno de estos monasterios estaba a sólo 300 metros de San Sixto, S. María en Tempulo. Hoy en día sólo se pueden ver los restos de una iglesia, ya desconsagrada desde hace años, con algunos espacios contiguos.
En el pasado, además de albergar una comunidad de monjas durante siglos, S. María en Tempulo era conocida por conservar uno de los iconos más antiguos de Roma, el primero que, según la tradición local, habría sido pintado por San Lucas y probablemente de origen constantinopolitano. Las monjas estaban orgullosas de conservar este icono y la Hermana Cecilia recuerda cómo la abadesa se vinculó ella misma, así como sus monjas, a cambiar de monasterio según el destino de la imagen. Ella “había hecho un voto para entrar ella y todas sus hermanas, siempre que la imagen de la Santísima Virgen permaneciera con ellas en la iglesia de San Sixto. (…) El Beato Domingo había aceptado voluntariamente esa condición”[31] y él mismo trajo, un día después de que las monjas entraran en San Sixto[32], el icono que “fue colocado con gran devoción en la iglesia de las Hermanas, donde permanece con ellas hasta hoy, en alabanza al Señor Jesucristo, a quien se debe el honor por los siglos de los siglos”[33].
Santa Sabina en el Aventino
Después del traslado definitivo de las monjas a San Sixto, los frailes, que habían vivido allí hasta entonces, se trasladaron a Santa Sabina. Según la tradición Domingo ya llevaba tiempo negociando con Honorio III para pedirle un lugar para los frailes. Como el documento de la donación de Santa Sabina a los Frailes Predicadores no se estipuló hasta 1222, sólo queda teorizar sobre esta primera fase de la vida de los frailes en el Aventino. A partir de la entrada de las monjas en San Sixto, los frailes tuvieron que mudarse el primer domingo de cuaresma del 1221, ocupando en Santa Sabina los locales ya existentes sobre el nártex de la basílica donde hoy se encuentra la celda de Santo Domingo y el llamado dormitorio.
Basílica
Entrando en la basílica por la puerta lateral se puede ver un fresco sobre la antigua puerta de entrada al nártex. El episodio representado se refiere a una historia de la Hermana Cecilia que, además de mostrar que la divina providencia acompañó a Domingo y a los suyos en todo momento, muestra que los frailes se habían trasladado al Aventino. Después de pasar una tarde en S. Sixto se había hecho tarde y las monjas temían que Domingo volviera en medio de la noche. Pero el santo respondió a sus exhortaciones: “El Señor quiere absolutamente que vaya: enviará a su ángel para que nos acompañe[34]. Y cuando salieron del convento (San Sixto) ya los estaba esperando
“un joven muy hermoso estaba en pie junto a la puerta, teniendo en su mano un bastón, como si se encontrara dispuesto a caminar. Entonces santo Domingo hizo que los frailes que lo acompañaban se colocaran entre él y aquel joven; él, empero, caminaba en tercer lugar detrás de ellos. Y habiendo llegado a la puerta de la iglesia [de Santa Sabina], la encontraron cerrada con los oportunos cerrojos. El joven que los precedía en el camino, tiró hacia si de una hoja de la puerta, y al momento se abrió ante ellos”[35].
La basílica de S. Sabina ha conservado en gran medida su aspecto tardo antiguo y alto medieval, lo que es especialmente cierto por la armoniosa arquitectura que refleja los cánones del clasicismo romano. En este lugar Santo Domingo predicó y rezó, entregándose a sí mismo y a su fundación en las manos de Dios. Quienes lo conocieron coinciden en que era ferviente y perseverante en la oración y que venía a la iglesia especialmente por la noche para vigilar y rezar. Incluso las historias hagiográficas y legendarias recuerdan su oración. Una de estas leyendas está particularmente relacionada con Santa Sabina. Habla Gerardo de Frachet:
“Como en cierta noche el santo varón estuviera tendido en tierra, postrado en oración, envidioso el diablo, le arrojo desde el techo de la iglesia una gran piedra. Cayó con tal fuerza junto a él, que resonó por toda la iglesia. Pretendía sacarle de su perseverante oración. Pasó, pues, la piedra tan cera, que rozó la capucha de su capa. Como el hombre santo persistiera inmóvil en la oración, el diablo, al instante, se marchó confundido, lanzando un terrible grito”[36].
Esa piedra, la llamada “piedra del diablo”[37], aún se conserva en la basílica y ahora está junto al nicho con el icono del santo. En el centro de la schola cantorum una inscripción en la lápida central marca el lugar de oración de Santo Domingo. Otra inscripción más antigua en la misma lápida recuerda que los santos mártires Sabina y Serafina, así como otros mártires venerados en la basílica fueron enterrados allí. El sarcófago con sus reliquias se encuentra hoy bajo el altar mayor. Las grietas de la lápida despertaron una vez más[38] la imaginación de la gente en la antigüedad que consideraba el daño debido a la piedra lanzada por el diablo.
Dormitorio
Sobre el nártex de la basílica están las habitaciones en las que los frailes habitaron en 1221. La construcción de la escalera monumental destruyó gran parte del edificio medieval, excepto la celda de Santo Domingo y el llamado dormitorio. El lugar se convirtió en un museo alrededor de 2008, pero los arcos del pentáforo del nártex y los restos de una escalera que conducía al mirador del fraile portero desde donde observaba quién llamaba a la puerta del convento siguen siendo visibles. El dormitorio está vinculado a una segunda visión de Santo Domingo, esta vez contada por la Hermana Cecilia. Una noche cuando Domingo estaba en el dormitorio vio tres mujeres: una con el acetre del agua bendita, la otra con el hisopo y la tercera bendiciendo a los frailes haciéndoles la señal de la cruz, mientras los rociaba con el hisopo que la segunda mujer le entregaba. Al final de la bendición, Domingo se acercó a ella y le preguntó quién era. Y ella respondió: “Soy a quien invocas todas las noches[39] y cuando decís Eja ergo, advocata nostra, me arrodillo ante mi Hijo para la conservación de tu Orden[40].
Desde el principio Domingo y sus frailes habían confiado la Orden a la protección de la Madre de Dios, lo que también aparece en la segunda parte de esa historia que se citará más adelante.
Celda
A pesar de la transformación de la celda en capilla, diseñada por Gian Lorenzo Bernini, la celda actual todavía recuerda las celdas medievales de los frailes y refleja el espíritu de sencillez y modestia de Santo Domingo, que iba a marcar a su Orden. Según la tradición, el encuentro entre Domingo, Francisco y el ángel carmelita, mencionado en el fresco de la bóveda, tuvo lugar aquí. El verdadero núcleo de la cuestión se encuentra en las diversas fuentes que hablan de un encuentro entre Domingo y Francisco; según el biógrafo de San Francisco, Tomás de Celano, ese encuentro tuvo lugar en la casa del cardenal Ugolino di Ostia en Roma, quien estuvo en contacto con ambos fundadores de las órdenes. [41]Probablemente del relato de Tomás la tradición pasó de la casa de Ugolino al convento de S. Sabina ya que los dos lugares estaban en la misma ciudad.
Sobre la ventana cuelga un pequeño bajorrelieve que no pertenece al mobiliario original de la capilla-celda pero que evoca una vez más la veneración de María en la Orden de Predicadores y la especial relación con ella que la Orden ha sabido conservar a través de los siglos.
“Santo Domingo (…) fue arrebatado en espíritu ante Dios, y vio al Señor, y sentada a su derecha a la Santísima Virgen. A santo Domingo le parecía que nuestra Señora vestía un manto de color zafiro. Ahora bien, al mirar santo Domingo en su entorno, vio ante el Señor religiosos de todas las órdenes, pero no veía a ninguno de la suya y, muy apenado, rompió a llorar con amargo llanto. Se quedó en pie, a lo lejos, sin osar acercarse al Señor y a su Madre. Entonces nuestra Señora le hizo señas con la mano para que fuera hacia ella, pero él no osaba acercarse, hasta que el Señor lo llamó también. Santo Domingo se acercó y se postro ante ellos llorando amargamente. El Señor le dijo que se levantara, y cuando estuvo en pie, le preguntó: ¿Por qué lloras con tanta amargura? Respondió: lloro porque estoy viendo aquí de todas las órdenes, pero nada de la mía. El Señor le replicó: ¿Quieres ver a tu orden? Sí, Señor, respondió tembloroso. Entonces el Señor, poniendo su mano sobre el hombro de la bienaventurada Virgen María, dijo a santo Domingo: Tu orden la he encomendado a mi Madre. Y de nuevo le dijo: ¿De verdad quieres verla? Respondió: Sí, Señor. Entonces la Santísima Virgen abrió el manto con que aparecía vestida, y lo extendió ante santo Domingo. Le pareció tan grande, que tuvo la impresión de que podía dar cabida a toda la patria celeste. Debajo cobijaba a una gran muchedumbre de hermanos. Entonces santo Domingo se postró y dio gracias a Dios y a su Madre, Santa María. Y aquella visión desapareció”[42].
Como un lugar altamente simbólico la celda invita a una oración al final del itinerario romano de los lugares de Santo Domingo, pidiendo la bendición del Padre y la intercesión de Santa María y Santo Domingo.
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras deudas
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,
no nos dejes caer en la tentación
mas líbranos del mal.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre jamás.
Amén.
Sub tuum praesídium confugimus,
sancta Dei Genetrix;
nostras deprecationes ne despícias
in necessitatibus;
sed a periculis cunctis
libera nos semper,
Virgo gloriosa y benedicta.
Bajo tu protección, acudimos,
Santa Madre de Dios:
no desprecies nuestras súplicas
en las necesidades,
y líbranos de todo peligro,
oh, Virgen gloriosa y bendita
O lumen Ecclesiae,
Doctor veritatis,
Rosa patientiae,
Ebur chastitatis,
Aquam sapientiae
propinasti gratis,
Praedicator gratiae
nos junge beatis.
Oh, luz de la Iglesia,
Doctor de la verdad,
Rosa de paciencia,
Marfil de castidad.
Entregaste gratis
el agua de la sabiduría.
Predicador de la gracia,
únenos a los bienaventurados.
(Philipp Johannes Wagner OP)
[1] JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, nnº 40-41: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 226-227.
[2] Concilio de Letrán IV, cap. I: E. DENZINGER, El Magisterio de la Iglesia. Herder. Barcelona 1963, p. 155, nº 430.
[3] Concilio de Letrán, cap. X: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 1149.
[4] Concilio de Letrán, cap. X: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 1150.
[5] Concilio de Letrán, cap. XIII: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 1152-1153.
[6] CONSTANTINO DE ORVIETO, Narración sobre Santo Domingo, nº 21: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de su s contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 452.
[7] JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, nº 42: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 227.
[8] La pertenencia de Cencio a la familia Savelli está ahora fuertemente disputada. Cf. Carocci, Sandro / Vendittelli, Marco, Onorio III, en: Enciclopedia dei Papi, http://www.treccani.it/enciclopedia/onorio-iii_(Enciclopedia-dei-Papi)/ (25.5.2020). Por esta razón la donación de S. Sabina a los Frailes Predicadores no puede explicarse como una donación de una parte de la propiedad familiar del Papa (alrededor del actual Jardín de los Naranjos todavía son visibles los muros de la fortaleza de Savelli).
[9] JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, nº 45: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 228.
[10] Cf. Bulas Pontificias, nº 7: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 1160-1161.
[11] Proceso de Bolonia, testigo 2: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 303-304..
[12] Ibid.
[13] Cf. Tommaso da Celano CIX para: Tomás de Celano, Segunda Vida de San Francisco de Asís, capítulo CIX, en: http://www.Santuariodelibera.it/FontiFrancescane/framevitaseconda.htm (25.5.2020).
[14] Cf. 1 Cor 9.22.
[15] JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, nº 15: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 213.
[16] Mt 10.8.
[17] Proceso de Bolonia Testigo 5: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 317.
[18] Ibid.
[19] Cf. CONSTANTINO DE ORVIETO, Narración sobre Santo Domingo, nº 21: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 452.
[20] CONSTANTINO DE ORVIETO, Narración sobre Santo Domingo, nº 25: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 455.
[21] Sor Cecilia tenía diecisiete años cuando conoció a Santo Domingo y dictó sus recuerdos a una cierta hermana Angélica en su vejez, probablemente poco antes de 1288 (cf. P. Lippini, S. Domenico visto dai suoi contemporanei. p. 170-172). Los “Milagros de Santo Domingo” están influenciados por un lado por la devoción de la época y probablemente contienen algunas exageraciones y algunas incertidumbres, pero sin embargo son una fuente importante para la permanencia de Domingo en Roma alrededor de los años 1220 y 1221.
[22] Un breve resumen de las diferentes versiones del “milagro del pan” se puede encontrar en: Lippini, p. 193 no. 14.
[23] [23] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 3: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 955-956.
[24] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 1: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 950-951.
[25] JORDÁN DE SAJONA, Orígenes de la Orden de Predicadores, nº 100: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 254.
[26] Cf. CONSTANTINO DE ORVIETO, Narración sobre Santo Domingo, nº 36: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 461-462.
[27] Cf. CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 12: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 970.
[28]CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 13: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 971-972.
[29] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 13: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 972.
[30] Pero no sólo ella. Lo mismo ocurre en parte con Jordan en el libellus, Constantino en la Leyenda y Gerardo de Frachet en la Vitae fratrum.
[31] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 14: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, pp. 972-975.
[32] La mudanza tuvo lugar el primer domingo de Cuaresma, el 28 de febrero del 1221.
[33] Hoy en día el icono ya no se encuentra en San Sixto, aunque todavía lo conservan las monjas dominicas que se lo llevaron cuando se mudaron al convento de Santo Domingo y Sixto en 1575 y de allí al convento de Santa María del Rosario en Monte Mario en 1931.
[34] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 6: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 961.
[35] Ibidem.
[36] Gerardo de Frachet, Vidas de los Hermanos, nº 30: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 692.
[37] De hecho, es un antiguo peso romano que probablemente fue encontrado en las cercanías del foro boario, debajo del Aventino.
[38] Las grietas se deben al cambio de lugar de la losa por el arquitecto Domenico Fontana en el siglo XVI.
[39] Recitando o cantando la antífona Salve Regina.
[40] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 7: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 963..
[41] Cf. Tommaso da Celano CIX.
[42] CECILIA ROMANA, Relación de los milagros, nº 6: VITO-TOMÁS GÓMEZ, Santo Domingo de Guzmán. Escritos de sus contemporáneos, Edibesa. Madrid 2011, p. 964.
El horizonte siempre es más amplio y completo si lo miramos desde un punto alto. Así sucede con la vida si la observamos desde su cumplimiento. En Rieti Domingo fue canonizado el 3 de julio de 1234. Al inicio de nuestro viaje, siguiendo sus pasos, la realización de un sueño, de un proyecto, de matices sólo vislumbrados y, sin embargo, deseados, se hace más cercana. Porque es más fácil enfrentar las dificultades y los desafíos de la vida si mantienes tu meta fija en tu corazón. ¿Pero qué objetivo? Para Domingo fue la respuesta a la búsqueda de un significado profundo: el encuentro con la Verdad. Sin embargo, no como algo abstracto. La Palabra de Dios se ha convertido en un “niño” en Cristo: lo que busco, tal vez, se esconde en los gemidos de pequeñas intuiciones sofocadas, a veces, por miedos, derrotas, heridas, orgullo. Lo que busco, tal vez, lo encuentre abriendo y escuchando la Palabra. Domingo se enamoró de ella: “Cuando encontraba tus palabras, yo las devoraba; tus palabras eran mi delicia y la alegría de mi corazón, porque he sido consagrado a tu nombre, Señor, Dios todopoderoso” (Jeremías 15:16).
Al principio del viaje, en esta primera etapa, miro la vida de Domingo desde su término. Empezando por su santidad. También intento mirar mi vida con una mirada más profunda. Ahora, es verdad, no entiendo el significado de todo. Sin embargo, un día, visto “desde arriba”, todos los acontecimientos, encuentros, elecciones, alegrías y penas encontrarán un significado más completo. La Providencia, mientras tanto, me acompaña en mi viaje. No me faltará luz, pan y una mano extendida en el camino. Domingo tenía fe en Dios y seguía adelante, incluso cuando todo parecía estar remando contra corriente o cuando la meta vislumbrada parecía estar demasiado lejos. ¡Una quimera! La ilusión de un joven demasiado soñador. De un joven que creía en el hombre: en su inteligencia, en su corazón. En silencio, escuchando la vida y la historia, Domingo se encontró a sí mismo y el camino a seguir.
En Rieti también conocemos a una hija de Domingo. Colomba (1467-1501) estaba enamorada de la vida. Amaba a la gente, la naturaleza, el arte, la danza. Era una mujer valiente, que trabajó duro para traer la paz a Perugia, donde había fundado un monasterio. Su sonrisa ante la vida no era una simple alegría epidérmica: se alimentaba de una penitencia silenciosa, de un intenso amor al Señor y a todos sus hijos. “Y pensar”, escribió su padre espiritual, Fr. Sebastiano Angeli OP, “que fue ella quien nos devolvió al buen camino, a nosotros, desgraciados y pecadores“. La Paloma Bendita es para nosotros una invitación a redescubrir esa mansedumbre que, en ella, escondía una extraordinaria fuerza de alma, pero también su atención a los últimos y su continua y paciente labor de pacificación, que nunca cedió al espíritu partidista. Un mensaje más elocuente que nunca hoy en día, en un mundo fracturado por las guerras, las luchas de poder, el egoísmo y el odio. Colomba se convirtió en un fructífero instrumento de paz y en un canal privilegiado de comunión a través de los mejores dones femeninos de sensibilidad, equilibrio, concreción, fuerza y creatividad amorosa. Y también el coraje, la visión de futuro, la capacidad de atención y cuidado. Tal vez, en realidad, la mujer es ese “punto alto” que une el principio con el fin, las intuiciones con el cumplimiento de los sueños, la vida y la muerte. Eso reconcilia los extremos. Y eso nos hace ver nuestra existencia desde un punto de vista más creativo, nuevo, lleno de luz y esperanza. Por eso el Padre le dijo a Catalina de Sena que Domingo “era una luz que yo ponía en el mundo a través de María” (Santa Catalina de Sena, Diálogo de la Divina Providencia CLVIII, 478-479). ¿Quién mejor que la Madre de Jesús era apta para unir el cielo y la tierra, y llevar a todos los hombres de vuelta al Corazón de Dios? (Monjas dominicas – Pratovecchio)
Iglesia de Santo Domingo
La iglesia de S. Domingo, anexa al convento de los Frailes Predicadores de Rieti, fue durante siglos la basílica más rica y de mayor interés artístico de la ciudad. Fue declarada formalmente erigida, por la provincia romana, en el 1268. Con el paso de los años la iglesia fue abandonada con la consiguiente pérdida de casi todas las decoraciones, de modo que en el 1779 el prior Scalmazzi, quejándose del estado en que se encontraba, propuso su demolición y posterior reconstrucción en formas más modernas y en estilo barroco. Tras la Revolución Francesa, la iglesia dominicana fue cerrada el 18 de junio del 1810. Con la unificación de Italia, los padres dominicos fueron expulsados de Rieti, por lo que el Convento de Santo Domingo fue utilizado como cuartel militar. La Iglesia, en particular, fue usada para almacén; ante tal profanación fue prohibido el culto en ella el 1890.
Desde el siglo XIII hasta el XVIII, la iglesia fue un enorme edificio que marcó las etapas evolutivas del arte sagrado según la tradición establecida, desde el románico hasta el gótico, desde la contrarreforma hasta la época barroca. Actualmente la estructura externa, después de los trabajos de renovación, es simple, las fachadas están hechas de bloques de travertino. En la fachada principal hay una puerta de entrada de madera, coronada por un arco de medio punto y un tímpano a cada lado del cual se abren dos pequeñas ventanas. Hasta finales del siglo XVIII, se abría un rosetón sobre este portal, en lugar del cual, hoy en día, se puede ver un gran ventanal. El interior consiste en una única y amplia nave.
La canonización de Domingo di Guzmán tuvo lugar en Rieti en 1234. Las fuentes son prácticamente unánimes en indicar la fecha del evento y la ciudad. En julio de ese año, de hecho, Gregorio IX proclamó la santidad del Santo Fundador de la Orden de Predicadores, lo incluyó en el catálogo de santos y fijó su fiesta litúrgica el 5 de agosto, la víspera del aniversario de su muerte.
[Fuente: http://www.prefettura.it/rieti/contenuti/Chiesa_di_san_domenico_rieti-78257.htm
http://www.frontierarieti.com/la-canonizzazione-di-san-domenico-a-rieti/
Vicaire: pp. 667-668
Bulla de canonización de Fons Sapiantiae
B. Astur, Colomba da Rieti, Edizioni Cateriniane, Roma 1967]
En Viterbo Honorio III dio a Domingo san Sixto, para que fundara allí un monasterio de monjas: mujeres que, como itinerantes del corazón, acompañaran a sus hermanos por los caminos del mundo con la oración para que la luz de la Palabra llegara al corazón de cada persona. Domingo era un gran caminante. Cuando partió con su obispo a Dinamarca, simplemente para concertar un matrimonio entre el hijo del rey de Castilla y una joven princesa de ese país, no sabía que el viaje fracasaría en la consecución de su objetivo. Sin embargo, en ese camino su vida cambiaría para siempre.
Reflexión
El viaje cambia tu vida. Planeamos algo, y luego sucede algo diferente, algo inesperado. A veces algo hermoso. Es posible tomar una dirección equivocada, y tal vez tengamos encuentros que no habríamos programado en el camino correcto. Algo inesperado nos sorprende, nos hace escuchar una llamada interior, que nunca antes habíamos percibido.
El viaje transforma la vida. Especialmente si eliges caminar dentro de tu alma, para visitar los lugares interiores más desconocidos, que a veces parecen temerosos, o amenazantes, y en cambio pueden ser un momento de gracia y salvación. Visitar nuestro corazón significa estar listo para ver lo que está mal, pero también lo que es maravilloso. Pero necesitamos una nueva y diferente actitud.
Domingo tuvo la capacidad de dejarse cuestionar por los acontecimientos externos, por los encuentros casuales de la vida, y de dejarse moldear por los proyectos, los sueños. Tomando caminos completamente nuevos.
En Santa María de la Quercia, Viterbo, hizo su noviciado el Padre Henri Dominique Lacordaire, gran predicador y padre, en el siglo XIX, del renacimiento de la Orden, pensando: “Nada nuevo, nada más adecuado para nuestros tiempos”. Porque una Orden que escucha la historia, siguiendo el ejemplo del fundador, no puede terminar nunca. Una Orden, en camino, siempre experimentará la belleza de ser sorprendida, acompañada, enviada y custodiada por la ternura y la providencia de Dios.
Otros santos o figuras importantes de la Orden en Viterbo: Lacordaire, Danzas, Cormier.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
Santa Maria de la Quercia
Durante los meses de julio y agosto del 1467 una peste azotó todo el alto Lacio y muchos devotos se acogieron a la Virgen de la Quercia para invocar su compasión. Se reunieron para rezar unas 30.000 personas y después de ni siquiera una semana, inexplicablemente, la plaga se detuvo.
Tras estos acontecimientos, el 20 de septiembre de 1467, casi 40.000 habitantes del alto Lacio, dirigidos por el obispo de Viterbo Pietro Gennari, volvieron a dar gracias a la Virgen y, con las numerosas ofrendas de las distintas comunidades, se decidió construir una iglesia. El Papa Paulo II dio la autorización para construir una pequeña iglesia confiada a los Padres Jesuitas del Beato Colombini, pero sólo dos años después, en 1469, la custodia de la Santa Imagen pasó a los Padres Dominicos y gracias a la enorme cantidad de ofrendas hechas por los devotos se decidió construir una iglesia más grande que, probablemente basada en un diseño de Giuliano da Sangallo, fue iniciada en el 1470 por el municipio.
Gracias también a los Padres Dominicos que la consideraban su protectora, el culto a la Virgen de la Quercia creció cada vez más y se extendió por toda Italia y Europa: basta recordar que el Padre Henri Lacordaire, primero abogado en París durante la Revolución Francesa y luego fraile dominico, quiso confiarle la refundada orden de los dominicos franceses y llevó consigo a Nancy, en el primer convento reabierto en Francia en 1843, una copia realizada por su amigo pintor Fray G. Bessòn. En 1867 el Papa Pío IX la honró con el título de Basílica de la Quercia. En el 1873 el Estado italiano tomó posesión del complejo que inmediatamente después fue declarado monumento nacional.
[Fuente:http://www.viterboinrete.it/joomla/it/monumenti/chiese/41-basilica-della-madonna-della-quercia
H. Vicaire, Storia di S. Domenico, Paoline Edizioni, Roma 1983, págs. 496 y ss. ]
Domingo tenía el don de lágrimas. En particular, lloraba mientras celebraba la Eucaristía. Vivió intensamente su encuentro con Dios y la intercesión por todos sus hermanos, que guardaba en su corazón. ¿Cuál es el significado de las lágrimas? A veces son un modo de curación. Un signo de liberación. En sí mismas, la mayoría de las veces, no son agradables. Sin embargo, Dios es tan grande que puede transformarlas en un instrumento de purificación y vida. Son como el agua que lava el alma y hace el cuerpo más hermoso, porque también da una mayor unificación interior.
Domingo sintió esta unidad fuertemente cuando ante el altar y, con los brazos extendidos, llevaba a Dios las ansiedades, los designios, los sueños de la gente. Le daba a Dios las lágrimas de todos, para que pudiera convertirlas en instrumentos de liberación, transformación, conversión y de nueva belleza. Las lágrimas a veces fluyen abundantemente. Como cuando uno se da cuenta de los errores de su vida. Como cuando el camino se vuelve pesado. O cuando uno no se siente bien acogido. Cuando los pies duelen, a lo largo del camino de la existencia. Estas lágrimas, sin embargo, serán bendecidas si, como Domingo, las unimos al sacrificio de Cristo que se renueva cada día en el altar. Y al renovarse, también hace que nuestras lágrimas sean preciosas.
Es hora de irse de nuevo. Es hora de empezar de nuevo. Tiempo para darnos tiempo. Hora de reunirse. Es hora de levantarse y caminar. A lo largo del camino, abriendo los ojos, aguzando los oídos, sintiendo los olores, recorriendo las calles y escudriñando el horizonte, quizás hagamos nuevos encuentros importantes. Con nosotros mismos, en primer lugar. Y con Dios, escondido en lo profundo de nuestros corazones, siempre. Y verdaderamente presente en la Santísima Eucaristía.
Con las palabras de este maravilloso Himno de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), queremos invocarlo:
“Te adoro devotamente, oh Dios oculto,
Bajo estas apariencias, realmente te escondes:
Todo mi corazón está contigo,
Porque, al contemplarte, todo pierde sentido.
La vista, el tacto, el gusto, ante Ti se engañan,
Sólo con el oído se puede creer con certeza:
Creo en todo lo que dijo el Hijo de Dios,
Nada es más cierto que esta palabra de verdad.
En la cruz estaba escondida la única deidad,
Pero también la humanidad está escondida aquí:
Sin embargo, creyendo y confesando ambas cosas,
Pregunto lo que el ladrón arrepentido preguntó.
Las llagas, como Tomas, no puedo ver,
Sin embargo, te confieso, como mi Dios.
Hazme creer en Ti cada vez más,
Que en Ti tenga esperanza, que te ame.
Oh, memorial de la muerte del Señor,
pan vivo que da vida al hombre,
Concédeme que mi espíritu viva de Ti,
Y gustar Te de esta manera siempre dulcemente.
Oh piadoso Pelícano, Señor Jesús,
Límpiame, sucio, con tu sangre,
De la cual una sola gota puede salvar
El mundo entero de todos sus pecados.
Oh Jesús, que velado ahora admiro,
Rezo para que ocurra lo que tanto anhelo,
Que, contemplando Te con el rostro revelado,
En tal visión sea bendecido con Tu gloria”.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
En un día no precisado del año 1263 (o 1264), quizás a finales del verano, llegó a Bolsena un sacerdote, al que la tradición atribuyó más tarde un nombre, Pedro, y una ciudad de origen, Praga. Según la tradición, Pedro se había embarcado en una larga e incómoda peregrinación para sentirse fortalecido en las verdades de la fe que en aquel momento estaban socavando su identidad como sacerdote, entre ellas la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En el alma de Pedro, el recuerdo de la mártir Cristina, cuya fortaleza no había vacilado ante el martirio, abrió un resquicio. Después de venerar devotamente la tumba de la santa, celebró la Eucaristía allí. De nuevo sus dudas comenzaron a perturbar su mente y su corazón; rezó intensamente a la santa para que intercediera ante Dios y le diera esa fuerza, esa certeza en la fe, que la había distinguido en la prueba extrema. En el momento de la consagración, mientras sostenía la hostia sobre el cáliz, al pronunciar las palabras rituales, la hostia apareció visiblemente enrojecida con la sangre, que se derramaba copiosamente sobre el corporal. Al sacerdote le faltaron las fuerzas para continuar la celebración; lleno de confusión y alegría, envolvió las especies eucarísticas en el corporal y se lo llevó a la sacristía. En el camino también cayeron algunas gotas de sangre en el mármol del suelo y en los escalones del altar.
En el milagro eucarístico de Bolsena, Tomás de Aquino jugó un papel realmente importante. Tanto el Papa Urbano IV como el Doctor Angélico pudieron verificar el milagro inmediatamente en persona. En esa época, Tomas vivía en Viterbo. En cuanto a la redacción de los himnos eucarísticos que tuvieron lugar en esta circunstancia, la tradición ha transmitido un episodio muy particular. Santo Tomás, antes de presentarse ante el Papa para proponer el himno “Pange lingua”, fue a la iglesia del convento de Orvieto para rezar delante de la capilla del Crucifijo. Tomas pidió al Señor que le diera su “opinión” sobre lo que había escrito. Y el Crucifijo respondió: “Has escrito bien de mí. O Tomas, ¿y qué es lo que deseas?”. Entonces Santo Tomás respondió: “Nada más que a ti mismo, oh Señor”.
Las reliquias que todavía hoy dan testimonio del prodigioso acontecimiento son: – la hostia, el corporal y los purificadores conservados en la Capilla del Corporal de la Catedral de Orvieto; en particular, la hostia y el corporal, desde el 1337, se conservan en esa joya de la orfebrería sienesa que es el relicario de Ugolino da Vieri;
– el altar en el que ocurrió el prodigio, una estupenda obra del siglo VIII, colocado desde la primera mitad del siglo XVI en el vestíbulo de la pequeña Basílica Ipogea de Santa Cristina en Bolsena;
– cuatro lápidas de mármol manchadas con el sangre prodigioso que se adoran desde 1704 en la Capilla Nueva del Milagro, construida como un digno lugar para las reliquias dejadas en Bolsena. Una quinta losa, en el 1574, fue donada a la iglesia parroquial de Porchiano del Monte.
[Fuente: http://www.basilicasantacristina.it/index.php/it/il-miracolo; https://www.parrocchia-sanmichele-neviano.it/corpus-domini-i-cinque-inni-eucaristici-di-san-tommaso-daquino/]
Reflexión
En el camino de Domingo, después de la experiencia de las lágrimas, encontramos otra agua en la que se sumergió, la que más que ninguna otra encarnó y transmitió el carisma del fundador: Catalina de Sena (1347-1380). La experiencia que la Santa vivió en Bagno Vignoni nos hace reflexionar sobre el significado de esas aguas que son capaces de lavar nuestra alma y nuestra vida en profundidad; sobre el verdadero bienestar del ser humano, que no puede limitarse a la esfera del cuerpo, sino que se extiende a toda su persona. Nada, en efecto, puede dar al hombre salud, vigor, verdadera y duradera alegría si no se reconcilia con Aquel que es el único que puede devolverle esa auténtica belleza ya recibida en el don del bautismo. Sólo la comunión con Dios y el regreso a vivir una vida dentro de su abrazo como Padre puede devolvernos esa salud del alma que también se reflejará en el cuerpo. Sumergirse en estas aguas, entonces, se convierte en una experiencia de confianza, de retorno. Una oportunidad para redescubrir nuestra vocación de niños. Después de las lágrimas, necesitamos un baño de regeneración y renacimiento. Somos, de hecho, creados a imagen y semejanza de ese Dios, que es relación: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sumerjámonos, entonces, en su inmenso amor.
Con Catalina de Sena, nuestro camino también toma un nuevo nombre: el “camino de las lágrimas” se convierte, aquí, en el “camino de la luz” (Santa Catalina de Siena, Diálogo, CLIV, 95). Los sacramentos, de hecho, dan una nueva visión de la vida, a nosotros mismos y a Dios. Todo se ilumina de repente. Y somos capaces de ver “más allá”. En particular, reconciliarse con Dios significa aceptar su abrazo como Padre y Madre. En el viaje de Domingo, una nueva luz quiere iluminar nuestra vida. Sigámoslo.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
Bagno Vignoni
La vista de Amiata desde el estanque de Bagno Vignoni, con el telón de fondo del Val d’Orcia, es una de las más bellas de la provincia de Siena. El agua caliente que fluye aquí es otro de los muchos regalos de la antigua montaña. Bagno Vignoni es un borgo medieval, aunque el origen de los baños termales, como el de Bagni San Filippo, es probablemente etrusco; la presencia de los romanos está atestiguada por una placa conservada en el interior del actual establecimiento termal (mencionada en el epígrafe). La plaza principal está formada por un inmenso estanque de aguas cálidas y vaporosas, que en invierno sobre todo producen una sugerencia mágica, inmersa en el paisaje leonardiano que rodea a la ciudad. El agua ha reemplazado el típico pavimento de la plaza italiana. Alrededor del estanque, un palacio renacentista, atribuido a Bernardo Rossellino, el creador de Pienza, se eleva del agua como una visión, mientras que la logia medieval y la pequeña capilla que se inserta en ella están dedicadas a Santa Catalina de Sena, que frecuentaba estos lugares. La Legenda Maior de Raimundo da Capua y la Legenda Menor de Tomás Caffarini relatan el deseo de Mona Lapa, la madre de Catalina, de desviar a su hija de su deseo de entregarse por completo a Dios con las cálidas y sensuales aguas del volcán. Pero, en lugar de disfrutar del bienestar y la relajación que buscamos hoy en día en Bagno Vignoni, Catalina usó las aguas hirvientes como un instrumento de penitencia. Catalina se bañó del 1362 al 1367 y probablemente regresó allí en el 1377, el año de su estancia en la Rocca de Tentennano. La “Vascone” que lleva su nombre ya no es utilizable y el agua se drena hacia la piscina en las empinadas laderas alrededor del pueblo, donde se originan pequeñas cascadas que dan un típico color blanquecino a la colina.
El lugar fue elegido para las escenas más sugerentes de la película Nostàlghia de Andreij Tarkovskij, quien lo convirtió en un modelo de desolación metafísica para sus personajes perdidos. De hecho, Bagno Vignoni es ideal para pasear en soledad por las pequeñas calles medievales, ahora animadas por excelentes restaurantes y enotecas. Bagno Vignoni tiene una atmósfera única. Situado como una joya en el corazón del Valle de Orcia, ofrece una vista impresionante de la campiña más típica de la Toscana, que se puede ver desde aquí como desde una terraza natural.
[Fuente: https://terre-di-toscana.com/terreditoscana/bagno-vignoni-da-santa-caterina-ad-andreij-tarkovskij/]
Domenico no pasó por Montepulciano. Pero aquí vivió Santa Inés Segni (1268-1317). Lo que nos ayuda a entender un aspecto fundamental de Domingo: era un hombre profundamente contemplativo. Nadie era más sociable y alegre que él. Y aún así, le gustaba distanciarse de sus compañeros de viaje cuando recorría los caminos que conectaban una ciudad con otra. A sus hermanos les decía: “Pensemos en nuestro Salvador”. Es la oración del corazón. Está tratando de caminar con ese Nombre en sus labios para que al descender a su corazón, lo llene de paz.
Inés representa el alma contemplativa de Domingo. La que, en el monasterio, dio su vida para que cada hombre pudiera recibir la Palabra de Cristo, se convirtió en el vientre de esta Palabra. La monja dominica está llamada a dar a luz el Amor en el mundo, especialmente a través de la oración de intercesión y la comunión de vida. Está llamada a brillar de alegría por Dios. Brillar con su luz, reflejada en el rostro de los que le buscan: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12).
Antes que monja, Inés ha sido una mujer. Una auténtica mujer, con ese instinto maternal natural que se traducía en la atención a los demás, en el cuidado de los demás, de sus hermanas. Como auténtica hija de Santo Domingo, estaba habitada por la misericordia y la compasión. Una de sus muchas características especiales era ésta: interceder por las madres. Hoy en día sigue haciéndolo, sobre todo para los que quieren abortar, para los que quieren un embarazo que no llega, para los que tienen embarazos difíciles. Inés sigue cuidando a tantas mujeres, como si siguiera ejerciendo su maternidad.
A ella, a esta amiga, podemos confiarle nuestras preocupaciones, nuestras ansiedades y aquellos a quienes amamos. A veces, el milagro que deseamos no se produce. Pero, tal vez, la realidad es que no sucederá como nos gustaría, pero sucederá de todos modos. Porque rezar, sin duda alguna, cambia sobre todo nuestros corazones.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
El Santuario de la Santa
El Santuario de la Santa Poliziana está situado en un espacio abierto con vistas a las murallas de la Porta al Prato, del siglo XVI, que se abre en la parte baja del centro histórico. Se encuentra en una colina fuera de las murallas de la ciudad y fue fundado por Santa Inés Segni, monja dominica, en el 1306. La colina elegida por la Santa para construir su iglesia, tras una visión de una escalera que desde esta cima unía el cielo y la tierra, era utilizada como casa de placer y S. Inés la redimió por 1200 liras. La colina entonces de un lugar de pecado se convirtió en un lugar de oración.
La iglesia, el monumental claustro y su convento, ahora completamente transformado, albergan el cuerpo incorrupto de Santa Inés y muchas de sus reliquias. La santa de Montepulciano era una mística y Dios la enriqueció con muchos favores celestiales: visiones celestiales, éxtasis y maravillas fueron muchas de las gracias espirituales que le fueron concedidas.
La iglesia primitiva fue ampliada en 1311 y tomó el nombre de S. Maria Novella, pero, poco después de la muerte de la santa, los devotos comenzaron a llamarla la iglesia de S. Inés. A finales del siglo XVII, el templo sufrió una renovación radical porque, como leemos en la hagiografía sobre la vida de la santa, había sido construido con tierra y simples cañas. La fachada de la iglesia, cubierta en el siglo XX con bandas horizontales de travertino blanco y ocre, todavía tiene el portal del siglo XIV.
El interior tiene una sola nave con bóveda de cañón y conserva la urna que contiene el cuerpo de la Santa en mármol precioso. El cenotafio está decorado con estatuas de estuco que representan a Santa Inés rodeada de ángeles. El santuario es rico en pinturas y frescos de la escuela de Simone Martini, Raffaello Vanni, Ulisse Giocchi, Giovanni da San Giovanni, Salvi Castellucci y Nicola Nasini. El vidriera del rosetón central que representa al santo titular es atribuido a Bano por Miguel Ángel da Cortona. El crucifijo de madera del siglo XII, delante del cual Santa Inés solía levantarse del suelo para rezar, es obra de la escuela alemana renana. Adyacente al santuario está el convento; el monumental claustro fue construido y pintado al fresco con escenas de la vida de Santa Inés entre 1603 y 1756.
La fiesta litúrgica de Santa Inés cae el 20 de abril, pero la fiesta popular de la santa es el 1 de mayo.
[Fuente: Lucía Tremiti en http://www.montepulcianoblog.com/montepulciano-il-santuario-di-santagnese/]
Domingo camina, agotado por la fatiga. Y llega a Siena. Aquí no tiene que pedir hospitalidad a extraños porque sus propios hijos están ahí para darle la bienvenida. Desean instalarse en el hospicio de Santa María Magdalena y es allí donde se alojará. Un día, esta ciudad daría nacimiento a la que, más que ninguna otra, encarnaría y transmitiría el carisma del fundador: Catalina de Siena (1347-1380). Esta mujer, que fue madre de innumerables hijos espirituales de todo estado de vida, espiritualidad y condición social; esta joven “analfabeta” que escribió a Papas, cardenales, obispos, reyes y reinas, artistas y médicos, seglares, sacerdotes y religiosos; esta hija de Domingo que se dedicó con amor al acompañamiento de los condenados a muerte, para muchos de los cuales obtuvo la conversión; es ella, Catalina, la que nos transmite un amor apasionado por la humanidad frágil, enferma y herida. Catalina está cerca de los que se equivocan, amando y acompañando a todos hacia la curación del corazón.
En el camino de la vida, cada uno de nosotros busca el camino correcto. Para Catalina, este camino es un “Puente” que une todos los extremos: buenos y malos, creyentes y no creyentes, jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Este camino, este “Puente” es Jesús. Aquel que dijo “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6), nos ha mostrado el camino del amor. Del cual todos los seres humanos tienen sed. ¿Pero cómo es posible amar y confiar en el amor? Todo en el mundo parece hablar de división, infidelidad, conflicto. Dentro de sí mismo, el hombre lleva los signos de las heridas y las frustraciones, junto con el miedo a la confianza.
Cristo, sin embargo, es fiel a su Iglesia. La ama como un hombre ama a una mujer. ¡Es imposible separar a Cristo de la Iglesia! Esta novia tiene muchos defectos, pero Cristo quiere lavarla, purificarla y luego vestirla. Quiere hacerla hermosa. Así lo hizo con la vida de Catalina. Así sucedió que para muchos condenados a muerte, Catalina los hizo sus amigos para llevarlos a Dios. Eso es lo que quiere hacer conmigo. Catalina creía en esa comunión que, más allá de las diferentes creencias, estatus social, historias, antecedentes y culturas de las personas, cuando existe, genera luz y vida. Y difunde la paz.
Se construyó una celda, dentro de su propio corazón. Aprendió a habitarla. Aprendió a no tener miedo de mirarse a sí misma en la verdad, con la misma mirada amorosa y misericordiosa de Dios. Aprendió que, dentro de esta celda, podía conocerlo, incluso entre la gente. La celda del corazón es un lugar de oración, de recogimiento, de libertad. Con sorpresa, encontró el mundo entero ahí dentro. Dentro de la celda, Catalina aprendió a amarse a sí misma y a amar. Porque descubrió que ella misma fue la primera en ser objeto del “amor inefable” de ese Dios que es el “Fuego del Amor”. ¡Qué importante es construir esta célula en mi corazón! Este espacio de libertad y vida. Un espacio de contemplación, donde la creatividad de Dios puede finalmente expresarse en mí. Espacio donde puedo encontrarme a mí mismo, a los demás y a Él, en verdad. Espacio para el conocimiento de mí y de Dios en mí. En verdad, toda gran obra nace del silencio de la contemplación.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
Basílica de San Domenico
En la Basílica de San Domenico, en una capilla en el lado opuesto del altar, hay un fresco de la Santa con un creyente, pintado alrededor de 1375 por el pintor sienés Andrea Vanni. En ese momento Catalina todavía estaba viva, por lo que se considera el único “retrato” con una probable similitud. En el lado derecho de la nave hay otra capilla dedicada al culto de Santa Catalina, donde se guarda la reliquia más importante en un recipiente de cristal: la cabeza sagrada. Los sieneses, de hecho, estaban tan encariñados con su santa que deseaban tener una parte de su cuerpo en la tierra de su nacimiento. El resto del cuerpo fue enterrado en Roma, el lugar de su muerte. En la Basílica hay también muchas obras de arte de importantes pintores sieneses, como la hermosa Adoración de los Pastores de un maestro del Renacimiento, Francesco di Giorgio.
Casa-santuario de Santa Catalina
En el interior, se puede admirar el hermoso piso de cerámica en el Oratorio de la Cocina, y muchos frescos con escenas de la vida de la Santa. Abajo hay una pequeña habitación, la “celda” donde Catalina vivió durante tres años en soledad y oración y donde recibió la mayoría de los dones místicos. Hay una almohada de piedra en la que solía descansar y algunos objetos que pertenecían a la santa. Dentro de la pequeña Iglesia del Crucifijo hay un crucifijo pisano del siglo XII: la Santa estaba retirada en oración delante de este crucifijo cuando recibió los estigmas, el 1 de abril de 1375.
Fontebranda
Desde la casa se puede bajar fácilmente a la cercana Fontebranda. Catalina nació cerca de este importante manantial y su padre, que era tintorero, sacaba agua de él para su negocio. Desde aquí se puede subir a lo largo de la panorámica Via del Costone: aquí, la muy joven Catalina vio aparecer, sobre la Basílica de San Domenico, a Cristo Pontífice que bendecía.
[Fuente: https://www.discovertuscany.com/it/siena/cosa-vedere/sulle-tracce-di-santa-caterina-da-siena.html
H. Vicaire, Storia di S. Domenico, Edizioni Paoline, Roma 1983, p.619]
En Florencia, Domingo fue acogido por sus hermanos en el hospicio para pobres de San Pancrazio. En este lugar trata de entender qué desafíos y posibilidades debe afrontar para predicar. Y un encuentro muy especial tiene lugar en esta ciudad. Sucede que Domingo ayuda a una joven prostituta a encontrar el camino de la vida, del verdadero amor y de la gracia, que es auténtica y clara belleza para el cuerpo y el alma. Después de su conversión, Benedetta decide seguir a Domingo en su misión y se hace monja. Siempre que pasaba por Florencia, Domingo encontraba tiempo para reunirse con su hija espiritual, que ha pasado de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz.
En el convento de San Marco, la luz proviene de las maravillosas pinturas del Beato Angélico (1395-1455). Es como una caricia para el alma y logra pacificar el corazón. Nacido de un pincel no sólo experto, sino también contemplativo, parece abrazar e iluminar a quienes se acercan a él. En los cuadros del Beato Angélico encontramos escenas inmersas en la calma, en la dulzura: hasta las más duras y dolorosas están como cubiertas de un aura de paz donde todo está ya inmerso en la luz divina. El hermano-artista tiene los ojos puestos en el futuro: ya ve el aquí y el ahora, vislumbra el Reino que estamos esperando. No podemos separar el hombre del artista, el pintor de su consagración. El artista lleva dentro de sí todo el hombre y toda la persona consagrada, y nos hace ver la realidad como transfigurada a través de sus ojos. El Angélico pinta lo que ve: su corazón vuelto hacia Dios le da la misma mirada que Dios. Nosotros también empecemos a mirar hacia arriba. Tal vez cruzaremos una mirada que no esperamos. Volvamos los ojos de nuestro corazón hacia la Luz. La cual, ahora lo sabemos, es una Persona.
Otros santos o figuras importantes de la Orden en Florencia: Remigio de’ Girolami; Jacopo Passavanti; Villana delle Botti (S. Maria Novella); S. Antonino, Girolamo Savonarola, Domenica da Paradiso, SdD Giorgio la Pira (San Marco).
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
Museo de San Marcos
El convento de San Marcos en Florencia fue fundado originalmente por los monjes benedictinos silvestrinos en el 1299. El 21 de enero del 1436, con la bula papal de Eugenio IV, se convirtió en convento dominico, después de varias vicisitudes narradas por el mismo San Antonino (1389-1459). Declarado museo de interés nacional en el 1869, el museo de San Marcos en Florencia es una obra maestra de la arquitectura de Michelozzo encargada por Cosme dei Medici. Las espléndidas salas que albergan el museo coexisten con la iglesia y las partes adyacentes al claustro, todavía utilizado como convento.
La visita a San Marcos incluye los espléndidos espacios arquitectónicos del convento y de las celdas, el claustro de San Antonino, el Cenáculo del Ghirlandaio, el Refectorio y la Sala Capitular. En particular, la sala del hospicio está dedicada al Beato Angélico y de él se conserva la Deposición, el tríptico de San Pedro Mártir, el retablo de la Analena, el Juicio Final (1431), el retablo de San Marcos, la Virgen con el Niño y el tabernáculo de los Linaioli.
Los frescos del segundo piso, en la parte del edificio donde se encontraban las celdas de los frailes, son obras de gran importancia del Renacimiento y obras maestras absolutas del Beato Angélico. Pintados entre 1438 y 1446, son testigos de la fase más madura del arte del Angélico y son un ejemplo de absoluta modernidad y refinamiento, único en la historia de los monasterios hasta ese momento.
El Museo también incluye un considerable número de obras de inestimable valor histórico-artístico. En primer lugar la Última Cena de Ghirlandaio; luego la Virgen con el Cíngulo de Ridolfo del Ghirlandaio, la Virgen y el Niño de Paolo Uccello y obras menores como el famoso retrato de Girolamo Savonarola y las terracotas esmaltadas de Della Robbia. La rica colección del museo de San Marcos se completa con su fabulosa Biblioteca (1437-1444) que alberga preciosos manuscritos que pertenecieron a los Médicis y a personalidades como Pico della Mirandola y Agnolo Poliziano.
La iglesia de San Marcos es ciertamente digna de ser visitada, donde, entre otras cosas, se encuentran los restos de San Antonino y Giorgio La Pira.
[Fuente: https://www.imuseidifirenze.it/museo-di-san-marco/
H. Vicaire, Storia di S. Domenico, Edizioni Paoline, Roma 1983, págs. 497 y 530].
Reflexión
La luz surge desde el amanecer, aunque sólo sea al mediodía cuando el sol alcanza su cenit. Y sabemos muy bien lo que nos ofrece la naturaleza en las primeras horas del día. En el camino de Domingo descubrimos cuánta fe tenía el santo en los jóvenes. A veces, una mirada era suficiente para establecer un entendimiento. De inmediato, quisieron seguirlo, en las novedosas formas de predicar el Evangelio. Viviendo la pobreza voluntaria, con gran confianza en la razón humana y un corazón desbordante de compasión, Domingo atrajo a todo el mundo. Su vida aventurera – la misma vida de los apóstoles de Jesús – atrajo a aquellos en busca de un profundo sentido de la existencia. A menudo enviaba a los frailes a predicar cuando aún eran novicios. ¿No fue un paso prematuro? ¿No estaban todavía mal preparados? Sin embargo, su confianza, combinada con su entusiasmo juvenil, los hizo capaces de tal misión.
Aún hoy, Domingo sigue teniendo fe en los jóvenes. Y cree en la comunión como la fuente de luz y vida que es, en sí misma, la predicación. En Fiesole recordamos a una joven dominica laica que vivió su vida de fe y enfermedad en profunda comunión con un fraile dominico. Fue Tilde Manzotti (1915-1939) y el Hno. Antonio Lupi op (1918-1976). Su amistad duró sólo unos pocos años, ya que Tilde pronto murió de una enfermedad devastadora. Pero la vocación sacerdotal del Hno. Antonio y su vida entregada a la predicación nacieron en las mismas entrañas de la experiencia espiritual de Tilde, y allí se mantuvieron durante el resto de su vida. El joven fraile le escribió: “El Señor ha querido que ella fuera la madre de este sacerdocio. Seremos sacerdotes juntos para siempre”.
Tilde es la “madre” del sacerdocio del Hermano Antonio, aunque nunca lo verá como un sacerdote. Pero el ministerio del joven fraile, y la gente que conocería en su larga vida, ya habían sido acogidos y guardados en las entrañas de esta mujer. Además, la profunda comprensión de su propia llamada le llegó precisamente a través de la experiencia de Dios que ella llevó a cabo en un lecho de dolor y amor.
Podríamos decir que se cumple, en el plano de la gracia, lo que observamos en el plano de la naturaleza, donde el hombre recibe la vida física de la mujer. Así, la mujer dominica es el canal a través del cual la vocación del hombre dominico crece y se realiza. Y él se convierte, por medio de ella, en un instrumento de gracia para todos los hombres. Al mismo tiempo, observamos que, en el plano de la naturaleza, los hijos del hombre son también hijos de la mujer. Así, los consagrados y consagradas viven juntos esa maternidad y paternidad espiritual que los convierte en sujetos complementarios de la predicación del Evangelio: “Si sufriré contigo y con todas las almas que el Señor me dará, con todas porque, sí, como tú quieres y como el Señor quiere, las amaré infinitamente a todas.
Iguales y complementarios, el hombre y la mujer dominicanos están juntos en la experiencia contemplativa así como en la predicación de la gracia. Y no hay sacerdocio, ni una fructífera predicación de la Palabra, excepto juntos. Más allá del tiempo y el espacio. En la eternidad del amor de Dios. Muchas vocaciones dominicas a lo largo de los siglos han nacido o han florecido dentro de una relación de comunión, tanto en la vida consagrada, religiosa y sacerdotal como en la vida matrimonial: Jordán di Sajonia y Diana d’Andalò, Giordano y Enrico, Catalina de Sena y Raimundo de Capua … Más recientemente, Giorgio La Pira (laico dominico) y Fioretta Mazzei (laica franciscana), y los recién casados Elisabetta y Felice Leseur (unidos en la fe, misteriosamente, sólo después de su muerte, cuando él, tras encontrar y leer el diario de su esposa, se convirtió a la fe católica y se hizo fraile y sacerdote dominico).
La amistad nos hace más parecidos a ese Dios que es relación. Si se vive en Dios, se convierte en comunión, y va más allá de los límites del espacio y el tiempo. No estamos hablando de compartir intereses entre hombres y mujeres. Estamos hablando de algo más profundo. Se trata de una comunión de almas que nace, crece y se realiza en un desprendimiento total y, sin embargo, en una unión muy profunda, que Dios nos da cuando quiere, a quien quiere, y que no es más que el fruto de una vida en su gracia. Esta es la manera de Domingo. El camino de la luz.
(Monjas dominicas – Pratovecchio)
Convento de San Domenico
En Fiesole recordamos a S. Antonino y al Beato Angélico. El Convento de S. Domenico, construido a mitad de camino entre Florencia y Fiesole, nació en 1405-1406 como cenobio reformado por iniciativa de Giovanni Dominici y del obispo de Fiesole, Jacopo Altoviti, ambos frailes de S. Maria Novella. En el “convento”, habitado desde los últimos meses del 1406, tanto el futuro arzobispo de Florencia, S. Antonino Pierozzi, como el gran pintor Fra Giovanni da Fiesole, conocido como Beato Angélico, se formaron en la vida religiosa dominicana. La parte del convento del siglo XV se completó alrededor de 1418 con el generoso legado de Barnaba degli Agli y en 1420 el Beato Angélico comenzó a pintar, en el arco de entrada de la pequeña iglesia, la Virgen de la Bendición, cuya sinopia fue restaurada en 1960. En la sala capitular también pintó al fresco el gran Crucifijo, testimonio del arte y la piedad de su querido convento. Debido a la supresión de las órdenes religiosas, querido por Napoleón, el convento fue expropiado. Pudieron volver a comprar el convento en 1879, vendiendo algunas obras del Angélico. En 1491 comenzaron las obras de ampliación del lado del claustro paralelo a la iglesia en dirección a Florencia. Además de Dominici, S. Antonino y el Beato Angélico son recordados con honor varios frailes famosos del convento de Fiesole.
El pórtico exterior y el elegante campanario de la iglesia son obra de Matteo Nigetti (1569-1649). El interior de la iglesia, transformada a principios del siglo XVII, fue decorado por los pintores M. Bonechi, R. Botti y L. Del Moro. En la bóveda de la nave: Santo Domingo llevado por los ángeles al cielo; sobre el presbiterio: la Virgen en el acto de entregar el Rosario a Santo Domingo y a través de él a los pueblos de los cuatro continentes. El presbiterio, diseñado por el arquitecto M. Nigetti, alberga un gran coro del siglo XVII con 62 sitiales parcialmente de nogal. Algunas obras de arte importantes se conservan en las capillas laterales.
[Fuente: https://www.dominicanes.it/provincia/conventi/fiesole-san-domenico.html;
A. Lupi e T. Manzotti, Amando infinitamente – Epistolario, Feeria, 2014]
Domenico, el gran caminante, hizo cinco viajes a Bolonia. Aquí fundó los primeros conventos; aquí tuvieron lugar los dos primeros capítulos generales importantes. Aquí murió, dejando su testamento: “Tengan caridad, mantengan la humildad, abracen la pobreza voluntaria”. Aquí pronunció sus últimas palabras: “Os ayudaré más desde el cielo que en la tierra” y “no lloréis”, manifestando, hasta el final, ese aspecto que le distinguía más que cualquier otro: la compasión. De él, de hecho, Lacordaire dijo: “Era tierno como una madre y fuerte como un diamante”.
En Bolonia, Domingo pidió ser enterrado bajo los pies de sus frailes. Y efectivamente caminaron, a lo largo de los siglos, apoyando sus pasos en las huellas del Fundador. En la roca segura de esa primera intuición. Sobre el legado de una Orden nacida para continuar en el mundo el trabajo de los apóstoles: la predicación del Evangelio.
Domingo es un hombre de silencio y diálogo. El hombre de la escucha. Una profunda sed habitaba en él: sed de la plenitud de la gente, sed de la verdad, sed de dar el agua de la sabiduría a los hombres y mujeres que, como él, también tenían sed. Siguiendo sus pasos, sentimos que esta sed sigue habitando, aún hoy, en el corazón de aquellos que recorren los inciertos, tortuosos y sufridos caminos de nuestro tiempo. Sed de encontrar un sentido a la vida, a los acontecimientos, a la historia. Sed de justicia, de libertad, de verdad. El corazón del hombre de hoy, el corazón de los jóvenes, experimenta una profunda sed. Llegar a Bolonia significa abrirse al encuentro con un amigo inesperado en su propio camino de búsqueda. Con un hombre que buscó y después dio abundantemente un agua fresca y satisfaciente: el agua de la sabiduría.
En Bolonia, sin embargo, finalmente, después de tanto caminar, se nos invitan a sentarnos. Domingo nos invita a comer con él. Sentados alrededor de la Mesa de la Mascarella, es más fácil escuchar la experiencia de fray Domingo y sus primeros hermanos. Entre ellos, también hay una mujer, para simbolizar el importante lugar que ocupan las mujeres, desde el principio, en el sueño de Domingo. En esta ciudad, vivieron la excitante experiencia de fundar la Orden.
Sobre la Mesa hay pocos objetos: lo que importa es la gente, que todos miran delante de ellos. Juntos, en la misma dirección. Miran desde el corazón a la gente, al mundo al que son enviados. Y a Dios, que se manifiesta precisamente “alrededor de la mesa”: la mesa del altar, la mesa de la Palabra, la mesa de la comunión. La mesa del deseo y la búsqueda de su rostro. Nuestro corazón, como dice Catalina de Sena, está hecho para amar y el deseo es lo que realmente nos hace similares a Dios, porque es infinito! Entonces, la sed de vida, de sentido, de amor, de libertad que habita en el ser humano, nos habla todavía de esa semilla divina que se esconde en el corazón de cada uno y que espera ser regada para germinar y crecer. La tierra en la que puede florecer y dar mucho fruto es el amor; el agua con la que puede ser regada es la sabiduría. Todo esto, a través de la predicación de la gracia.
Domingo y sus primeros compañeros están juntos. La comunión de vida es el lugar donde es posible experimentar a Aquel que dijo: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mateo 18:20). Es precisamente aquí donde Dios responde a la “sed” del corazón y se manifiesta. Se deja conocer. Muchos santos de la Orden -algunos de los cuales también hemos conocido en este Camino de Domingo- han vivido experiencias de comunión que, a lo largo de los siglos, han alimentado silenciosa y fecundamente la vida de la Iglesia. Por lo tanto, es posible romper las barreras del odio a través del desafío de la comunión. Derrotar las guerras y las divisiones con una forma real de “objeción de conciencia”: la vida en común, en el profundo compartir de los dones personales y los bienes de la gracia entre personas de diferentes culturas, edades, orígenes.
Podemos seguir caminando. Junto con Domingo, un hombre de luz y ternura. Para irradiar en el mundo a Cristo, la verdadera Luz, “Sol sin ocaso”. ¡Aquí está el verdadero desafío para los verdaderos, valientes e intrépidos caminantes en los caminos de nuestro tiempo!
(Monjas dominicas Pratovecchio)
Otros santos o figuras importantes de la Orden en Bolonia:
Beato Reginaldo de Orleans (1180-1220); Beato Jordán de Sajonia (1176-1237); Beata Diana de Andalò (1201 – 10 de junio de 1236); Beata Cecilia Cesarini (Roma, c. 1200 – Bolonia, 1290)
Y luego todavia:
San Pedro de Verona, mártir (c. 1200-1252 – estudiante universitario en Bolonia, donde ingresó en la Orden); Beato Isnardo de Chiampo (c. 1280-1244); Beata Imelda Lambertini, monja (1320-1333); Beato Antonio della Chiesa (1394-1459); Beato Costanzo da Fabriano (c. 1400-1481); San Pío V, papa (1504-1572).
Niccolò Boccasini, de Treviso, de origen humilde, fue dos veces provincial de Lombardía, con sede en Bolonia, futuro papa Beato Benedicto XI (1240-1304).
El Beato Juan de Salerno (1190-1242)
Estudiante de derecho en la Universidad de Bolonia, entró en la Orden en 1219. Enviado por Santo Domingo con otros compañeros a Florencia para fundar allí un convento, en el 1221 fundó la comunidad dominicana de Santa María Novella.
San Jacinto (1183-1257)
De una antigua familia noble polaca, vino a Bolonia para estudiar. Aquí conoció a Santo Domingo: abrazó su ideal con entusiasmo y entró en la Orden, y luego se fue a su país natal donde promovió la Orden.
El Beato Guala de Bérgamo (1180-1244)
Entró en la Orden de Bolonia en 1219. Prior del Convento de Brescia, tuvo una visión en sueños acerca de la gloria de Santo Domingo, que fue acogido directamente en el Cielo a su muerte por el Señor Jesús y la Santísima Virgen María.
El Beato Raimundo de Capua (1330-1399)
Era estudiante de derecho en la Universidad de Bolonia, donde se unió a la Orden. Era profesor de teología en Bolonia. Fue director espiritual de Santa Catalina de Sena. Santo Domingo mismo en una visión lo llamó a promover y guiar la reforma de la Orden.
El Beato Santiago de Ulm (1407-1491)
Llegado a Italia desde Alemania en una peregrinación a Roma, se hizo militar, primero en las filas del ejército napolitano y luego del Duque de Milán. Cuando llegó a San Domenico di Bologna se sintió atraído por la vida dominicana, que abrazó como un hermano cooperador, dedicándose a la oración, a la mortificación, a la humildad, al servicio incansable y cordial de los demás, así como al arte de la vidriería de la que era un maestro. Sus reliquias están guardadas en nuestra Basílica.
El Beato Pedro Jeremías (1399-1452)
Estudiante de derecho en Bolonia, entró en la Orden allí.
La beata Benvenuta Boiani (1255-1291).
Terciaria dominicana, sufriendo una grave enfermedad, fue curada por la intercesión de Santo Domingo, a cuya tumba había ido en peregrinación.
El Beato Giovanni da Vercelli (c. 1200-1283)
Prior en Bolonia, Provincial de Lombardía, VI Maestro de la Orden (1264).
El Beato Sebastián Maggi (1414-1496)
Prior en Bolonia. [1]
La iglesia de la Mascarella, en el barrio universitario, fue el primer lugar donde se asentaron los frailes dominicos (1218) y donde el mismo Domingo de Guzmán se instaló. El panel sobre el que se hizo la pintura, fechado en la cuarta década del siglo XIII, es la misma mesa alrededor de la cual los dominicos de la Mascarella solían sentarse. El milagro de la multiplicación de los panes está documentado en las “Actas” que precedieron a la canonización de Santo Domingo en el 1234. La aureola que rodea el rostro del Santo nos lleva a asociar la datación del cuadro al tiempo de las celebraciones para esta ocasión. La predicación de Domingo, Reginaldo de Orleans y los otros dominicos de la Mascarella impulsaron a muchos boloñeses a entrar en la Orden. La comunidad de dominicos, en busca de espacios más amplios, se trasladó a San Nicolò delle Vigne en 1219, gracias al apoyo de una joven boloñesa, Diana de Andalò, en el lugar donde aún hoy se encuentra el Convento de San Domenico. En las paredes laterales de la Capilla se encuentran las pinturas del siglo XIV que estaban en la parte posterior del panel y que fueron trasformadas en lienzo alrededor de la década de 1930.
Diana era una gran admiradora del Beato Reginaldo de Orleans. En marzo de 1219, parece que ella le facilitó la compra de un terreno en la localidad de las Viñas donde se encontraba el convento de San Nicolás. La Basílica de San Domenico se encuentra actualmente en el lugar. En el verano del mismo año, la joven se acercó a los frailes dominicos y fue recibida por Domingo de Guzmán, aunque la familia se opuso. Hizo su profesión como monja dominica en manos de Domingo en el otoño del 1222, Diana con la contribución de su familia y del Beato Jordán de Sajonia (primer sucesor y primer biógrafo de Santo Domingo) fundó el monasterio de Santa Inés de Bolonia. Diana pasó toda su vida en ese monasterio, donde también fue Priora de la comunidad. Otras monjas dentro del monasterio también fueron declaradas beatas, como Amata y Cecilia de Bolonia.
[Fuente: http://www.parrocchiamascarella.it/tsdom.htm; https://www.vaticano.com/santa-diana-degli-andalo/
H. Vicaire, Storia di S. Domenico, Edizioni Paoline, Roma 1983, págs. 437, 451 y 452, 481, 526 y 619].
[1] [Fuente: fra Roberto Viglino in https://sandomenicobologna.it/ordine-dei-predicatori/i-nostri-santi/]